Finalizando con este ciclo espiritual de comienzo de año, les dejo esta sencilla historia, que no es más que un fragmento de mi propia vida.
Nací como un animalito salvaje
rodeado de una miseria atroz,
sin saber que había un padre
que todos llamaban Dios.
Pero un día sucedió
con mis nueve años cumplidos
me fui a pasar unas vacaciones
en un pueblito escondido,
donde en precaria condiciones
con una pobreza extrema
vivía mi linda abuela,
mujer de tantos honores.
Fue ella, sí, fue ella
la primera que me habló de Dios,
ella me lo presentó
y me dijo con cariño:
tenlo siempre como amigo:
Él nunca va a fallarte,
él está en todas partes
porque tiene un don divino.
¿Quieres ver su poder?
¿Quieres hablar con él?
Y yo que era apenas un niño
le dije: Sí abuela, ¡ahora mismo!
Y ella, sin más que hablar
fue y buscó un catecismo
para enseñarme a rezar.
Por eso en mi largo trajinar
yo recuerdo todavía
aquel bendito día
que mi abuela en su bondad
me dijo que Dios existía ya,
pero yo, no lo sabía.
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