La presión de su mirada doblegó rápidamente la de Rolando. Roly, como le decía solo Andrea a diferencia del resto que lo apodaba Rolo, sabía que ella lo sabía. Que sabía todo, absolutamente todo, sin importar ni cómo se había enterado ni por medio de quien, eso ya era irrelevante y ahora la cuestión se resumía a la realidad del hecho consumado y sus consecuencias.
Andrea, que seguía mirándolo en silencio con la misma mezcla de indignación, desilusión, y un dejo de tristeza que provocaba que sus ojos rebalsaran mojando suave y lentamente sus mejillas, dejó de mirarlo concentradamente a sus ojos para enfocarse primero en sus rostro, y luego en toda su figura, y a continuación, con la misma pena que la ahogaba desde su llegada, le dijo:
- Nunca podrás entender la perseverancia y obstinación que requiere la fidelidad - y sin gestos ampulosos, casi en posición inerte, agregó:
- Solo hay un motivo que mueve a poder lograrlo sin esfuerzo ni sacrificio. El amor, con eso es suficiente.
Luego de lo dicho se retiró al dormitorio y se recostó sobre la cama sin siquiera descalzarse, y el silencio se apoderó del aire y se hizo penetrante.
Rolando entró a la habitación todavía con el nudo en la garganta que lo había atragantado desde que Andrea le clavó los ojos apenas llegado al pequeño departamento que compartían desde hace ya cinco años.
Sin mediar palabra ni explicación, sabiendo que nada de lo que dijese podría remediar el daño provocado, tomó un viejo bolso, dos mudas de ropa limpia y se marchó lentamente, intuyendo que todavía contaba con un aliado que pudiese tranquilizar las aguas hasta que estén claras, y ahí, con comprensión y tolerancia, retomar aunque sea, un diálogo adulto que los lleve de regreso al camino de la convivencia. Y ese aliado era el tiempo. Solo había que dejarlo transcurrir.
Sin pensarlo Rolando estaba yendo camino al bar Reconquista, punto de reunión ineludible de él y sus cinco amigos desde hacía ya trece años. El que desde sus veintiuno supo festejarle más de una alegría y ahogarle en tragos algunas tantas penas.
En el trayecto, y ya pudiendo tragar saliva mas normalmente y casi sin esfuerzo, iba tratando de encontrar justificación creíble a su felonía, pero no la halló, o al menos la que tenía todavía no lo convencía demasiado. A simple vista, su acción era difícil de perdonar.
De allí en más, el silencio lo acompañó hasta llegar al bar, sin más preguntas que no tienen respuestas ni pensamientos que lo aturdiesen. Lo hecho, hecho está, se dijo, y en la vida nada puede rehacerse.
Ahora faltaba la última etapa del raíd que había comenzado hacía exactamente un mes. Ingresó por fin al bar, y allí en la mesa de siempre estaba sentado Ramón, su mejor amigo, el más íntimo y antiguo de los cinco concurrentes, el que había conocido en la escuela primaria allá por sus ocho años y con el que jamás dejaron de verse ni de confiarse la vida entera.
Este entrañable compañero de ruta en travesías impensadas y confidente a ultranza de las intimidades mas secretas, estaba allí sentado como esperándolo a esa hora inhabitual de reunión, manteniendo la mirada perdida en el café que estaba intacto a pesar de estar servido hacía ya mas de media hora.
Rolando se acercó, lo miró y se sentó enfrentado quedando cara a cara, esperando que Ramón levantase la vista que tenía depositada todavía en el café y lo mirase a los ojos antes de decirse lo que pensaban.
Después de unos minutos de silencio, eso fue lo que sucedió, y antes de las primeras palabras, se miraron largamente a los ojos casi sin pestañear
Luego, sin tapujos, Ramón rompió el silencio:
- Rolo, como pudiste hacerme esto a mi, justo a mi, que soy más que un hermano, y en mi propia casa, con la única mujer que amé desde la adolescencia, por la que moriría antes de verla sufrir, la que me regaló su inocencia haciéndome el tipo más feliz del mundo.- Luego de una pausa y después de tragar seguidamente saliva para poder seguir hablando, agregó:
- Sé que Natalia no tuvo responsabilidad ni culpa, estoy seguro que la engatusaste mal, y hasta pienso que la forzaste, ella jamás me haría esto, pero algo le hiciste y todavía no lo puedo ni entender ni creer, y antes de hacer alguna locura quiero que me lo digas en la cara ¿Por qué lo hiciste?
Nuevamente el silencio recaló en aquella mesa, no duró mucho pero pareció eterno y ninguno escuchó nada de lo que se producía en aquel ambiente. Por fin, después de un par de minutos y pareciendo haber retomado la fuerza necesaria para responder a lo escuchado, pero más asombrado y confundido que cuando llegó, Rolando pudo decir:
- Es simple Ramón, es simple. Hace un mes con Naty nos enteramos de lo tuyo con Andrea. Y esa fue la única manera que encontramos de poder perdonarte.