"A quien no puede caminar ya entendí,/ aunque ese no sea mi caso,/ cuando quise caminar sin ti.../ y no pude dar ni un paso".
Aprendí a amarte, a dejarlo todo por ti,
a decir tu nombre hasta en mis sueños,
a ver cómo crece día a día en ti y en mí
ese amor único del cual somos dueños.
Aprendí a saber que eres mi prioridad
y no alguna especie de segunda opción,
a descubrir los matices que esa realidad
le da ahora a cada latido de mi corazón.
Aprendí aunque no me creas, a entender
tu mundo que aún hace que me asombre,
amando tus misterios divinos de mujer
con mi palpitante sentimiento de hombre.
Aprendí a no dejarte fuera de mi poema,
que cada letra sea un canto a tu esencia.
Por eso escribo triste cuando el problema
es que mi flor se marchita en tu ausencia.
Aprendí sobre el amor a no tener dudas
y hoy mi alma de creer en ti no se cansa,
pues un día me diste palabras desnudas
y me llegaron todas vestidas de esperanza.
Aprendí amándote así a creer en un dios
porque al sentirte un milagro me parece,
tengo tu imagen y entre mis sienes tu voz
y un deseo insaciable que crece y crece.
Aprendí que ahora en toda mi historia
eres tú la única y especial protagonista,
ama de los recuerdos en mi memoria,
la culpable de que el olvido no exista.
Aprendí que por ti puedo hasta llorar
y que cada lágrima te grita mi sentir,
que llorando también te puedo abrazar
y ya de tanto amarte volver a sonreír.
Aprendí ¡y mira qué dulce aprendizaje!
Que yo simplemente no era yo sin ti...
Lo entendí llenando de besos el traje
de hembra desnuda que dejaste en mí.
Aprendí y nunca olvidaré lo aprendido
porque es hoy mi experiencia preferida,
pues la oscuridad dejó de tener sentido
cuando tu luz bendita iluminó mi vida.