Lo bese como ola que se balancea
en un juego de edad adolescente
Y en la liturgia del guerrero
santifique sus pétalos con el crepúsculo.
Lo bese ante el testigo directo del cielo,
mientras la luna destellaba en mi cara;
nos contemplaban las sombras
Y los jinetes desnudos del cosmos.
Lo bese sin límites que obligan
a remover conciencias antiguas
repartiendo el corazón
en cada aliento tan nuestro…
Lo bese, allá, en el "conquero"
delante de dos ríos
Y a caballo el horizonte
sostenía las manos de los céfiros.
Lo bese en el centelleo de la tarde
con la voz enmudecida del salitre
Y regresaban a mis ojos sus ojos
rogando alivio a su mal; mí mal.
Lo bese con un tibio perfume blanco
que prendí entre los pliegues de sus oteros
Y descalcé su alma entre las conchas
cuando la espuma no borro mi nombre.
Lo bese, con mis manos aun vacías,
despacio, con el jugo de la primavera
Y como una granada entreabierta
bebí del planeo de su sonrisa.
Lo bese en la melodía de la lluvia
vestida de mendiga con mi mejor harapo
Y me dio la limosna con sus dedos
de algas verdes y azules…
Lo bese en mi testamento
con mi pobre palabra como testimonio
Y fue mi reino su reinado
donde las fronteras estaban más allá de mí y conmigo.
Lo bese adicta a su amor
sin imponerme disciplina a mi misma
en sola una dirección, en sus circunstancias
en sus ideologías y en sus impulsos éticos.
Lo bese en el cerco de sus sueños
recorriendo valiente la geografía de su memoria
Y parecía un ave en libertad
que sale asustada por la ventana de su celda.
Lo bese como fruta madura en la rama
con la letanía del tiempo en el tiempo
desde la necesidad que recubre el vacio
en la sagacidad de percibir lo perenne.
Lo bese.
Ay, Dios mío como lo bese…
Y que pronto, se olvido de mis besos.
Antonia Ceada Acevedo