Amarrado quedó aquel beso,
convertido en camino de blanco oro,
riqueza forjada con el yunque de esta alma
que se despierta cada noche a destiempo,
y no culpa al tiempo,
lo mece y lo cuida con mimo,
lame sus heridas que son también las mías,
que tantas veces y cada tanto
llevamos adheridas consigo.
Y entre tanto avanza este amor
perseguido por la fuerza de cien aurigas,
si por un hambriento beso tu alma se liberara,
penetra pues libre en mi boca
poderoso abismo de cultivo
ramita de olivo me traigas.
Y siendo invencible este transido dolor,
que aunque para algunos
entre sus fantasmas habite,
miente quien lo nombra y no siente
por esta furiosa sustancia que alimenta
hasta el más gélido vientre.