joaquin Méndez

Amor salvaje.

Vi,  acercarse sus labios a los míos con una picara sonrisa que me hacia estremecer de pasión.

Sus ojos brillaban como dos luceros al alba, sus manos acariciaban mi piel como un masaje hecho con lengua, sus dedos…subían y bajaban por mi espina dorsal, y  sentí…como si un millón de hormigas estuvieran recorriendo mis espaladas.

Su lengua entraba y salía de mi boca como la lengua de un colibrí  entra y sale de las flores,  para sacar su néctar dulce y sabrosa.


 Mi cuerpo temblaba como las hojas de un árbol movido por un huracán cuando están a punto de caer al suelo, sentí como un dulce mareo que me hacia volar al infinito sin alas…sin mover un dedo,  que cosa más extraña, y relajante  ¡¡¡Dios mio!!! Qué bueno, que sensación más dulce, para no olvidar jamás.


De pronto sentí sus pechos desnudos, clavarse como dos estacas de madera en mi tora, haciéndome soltar un gemido de places y de sorpresa, pues vestida no parecía que aquellos pechos fuesen tan erectos y duros.


Soltó una tímida carcajada cuando me oyó balbucear algo, que  ni  yo mismo supe que decía.


Mis  brazos rodearon su frágil cuerpo y mis manos  acariciaron sus finas espaldas con ternura y suavidad, bajando hasta sus glúteos y nalgas mis dedos exploraron la hendidura y las praderas de su redondo trasero.

Ella me restregaba sus pechos por mi vientre mientras su lengua no paraba de jugar con mis pezones,  lo que me despertaba un cosquilleo casi cósmico o indesconocible,  para mí,  si, para mi experiencia en el arte de amar  aunque la verdad, no soy tan experto.


Mi pene había alcanzado unas dimensiones casis inhumanas más bien de caballo salvaje. Eso fue lo que me dijo ella, -¡Wau!  Que salvaje…No lo digo por tu comportamiento,  sino por tu estaca.

Y acto seguido la afianzo con suavidad acercándosela a la entrada se su secreto mejor guardado,  para que mi eso,  lo explorara a placer sin interrupciones hasta lo más profundo de sus entrañas.


Comenzamos un baile nuevo,  inventado sobre la marcha de nuestros  acompasados movimientos, movimientos  de olas cuando se acercan a la playa y rompen contra las rocas.


Su boca y la mía trabajaban incansable mente, dándose placer una a la otra, nuestros brazos apretaban y apretaban a nuestros cuerpos,  mientras su rio y mi  ríos se desbordaban inundándolo todo a su paso,  escuchándose los chasquidos de nuestros vientres uno contra el otro como un redoble de campanas celestiales para nuestros sentidos, de pronto…los movimientos arreciaron y nuestros deseos explotaron en una explosión de júbilo y fuego que solo el libido de su volcán pudo apagar entre susurros de placer. Hay que da eso.


Auto: Joaquin Méndez.
Reservados todos los derechos de autor.
09/01/2012.