A CORMAC McCARTHY
“....Los árboles delgados. Los ríos un cieno gris. La tierra como un espantapájaros renegrido.....”
Se cubrió de ceniza la tierra,
esa misma que florecía el jardín,
que hinchó el vientre de ella,
que surcabais y bebíais a mares.
Pero ella se decantó por la muerte,
cuando la muerte se bautizó de futuro.
Te dejó a tu hijo y a tu voluntad.
Te dejó enganchado a una metálica esperanza
prendida de un anuncio de edén sureño.
Entonces caminasteis, y caminasteis:
árboles chamuscados, campos arrasados,
cadáveres embalsamados en fuego,
carbonizados vestigios de civilización;
hombres cautivos esperando ser descuartizados
por el gobierno de la violencia, de la fuerza;
lluvia ácida rutilando en la grisura
del sinfín de casas desiertas, abatidas.
Y miedo. Y desesperanza callada.
Y ceniza, más ceniza horadando
vuestros pies por la eterna carretera.
El hambre envileciendo los sesos;
el sol tosiendo a borbotones.
Hasta que apareció el mar del sur,
amnésico de azules,
agitándose con la piel de peces putrefactos
en un sepulcral silencio sin aves.
Solamente olas removiendo la nada
en la orilla yerma de granos grisáceos.
El viento no huele a sal,
sólo a humo, a ceniza que se masca.
Sin embargo, surge dios,
en toda su inexistencia terrenal,
la urgencia a conservar en postrero rincón,
esa que tu hijo mimará, ya lejos de ti.