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(Ayer, 10/01/2012, entrega la parte una.)
No supe decir, no.
Segunda Parte.
No supe decir, no.
De Joaquin Méndez.
Como, ayer, no esplique, porque esta niña me domina, de tal forma, os lo cuento, hoy, haya, va.
-No os podéis ni imaginar que mujer tan completa: Tiene un cuerpo que para sí lo quisieran las mejores actrices; de Hollywood. Sus piernas, largas, esbeltas, con una forma perfecta, son, ¿cómo te diría?, como esculpidas por las manos Miguel Ángel; sus manos delicadas, sus dedos lagos y finos de pianista, me vuelven loco cuando me acarician; sus pechos, con la medida justa, ni muy grandes ni muy pequeños, con un tacto como de seda que responden de manera inmediata al menor estímulo; su trasero respingón y duro como una pelota se basqueé.
Eso, y otras cosas, son las que evitaron que yo le dijera si, en vez de decirle no; cuando Ella me invito a su apartamento de soltera.
Precisa mente allí fue donde dejamos la narración de cuando ella de rodilla se afianzaba, a mi mástil de navío; para succionarlo con su cálida boca, cosa que provoco en mi como una especie de locura pasajera; mis dedos eran garfios entre su pelo negro, oprimían su cabecita hacia mí, para que aquello que saboreaba su boquita de caramelo, penetrara lo más profundo posible.
Entonces…me arrodille yo, también, para evitar que se precipitaran los acontecimientos, pues yo estaba a punto de estallar como una bolsa de plástico cuando la llenas de aire y la pisas.
Mis manos comenzaron a denudarla con una a celeridad que yo mismo que de sorprendido de la rapidez con que lo hice: nuestros cuerpos quedaron desnudos como Adán y Eva y además nos sentíamos como en el paraíso, en aquel paraíso que era su cuerpo y su todo.
Comencé a acariciar sus frágiles y morenas espaldas, su cuello, sus nalgas, sus glúteos; mi lengua se movía por su boca como pez en el agua, mordisqueaba sus pómulos, su cuello, su nuca, besaba sus ojos, su garganta sus pezones. Se fue echando para tras hasta quedar tendida sobre la alfombra roja, que dando sus enloquecedores pechos apuntando a l techo como dos manzanas perfectas a las que yo intente comerme a mordisquitos suaves como plumas de avestruz.
Sus carnes morenas como la aceituna y de sabor a la canela azucarada, dejaban un sabor embriagador en mi boca glotona; decidí bajar con mi legua por su vientre que era un fuego que hacía que ardieran mis ocho mil sentidos.
Baje poco a poco hasta su ombligo donde me detuve unos segundos para seguir bajando al compa de sus gemidos tímidos y desconcertantes, de pronto mi lengua…toco pelo…si...pelo, un bosquecillo bien dibujado en su pubis en forma de un corazón que parecía hecho de algodón rizado y muy negro, hurgando, la puntita de mi vigorosa lengua sintió un calor sabroso y espumoso como el champan, aunque un poquito más salado. Ella abrió sus piernas al máximo como invitándome a entrar en aquella alcoba decorada con los más sabrosos placeres.
Decidí subir de nuevo hasta su ombligo y a su boca, para que mi cosa viril quedara a la altura de su morada volcánica y fuese introduciéndose muy lentamente para que los dos sintiéramos las sensaciones extras, que conlleva una penetración reposada y controlada, nada de a lo bestia ni a lo salvaje.
Los dos nos recreamos en las sensaciones y los distintos placeres que imaginarse pueda; claro mientras pudimos, hasta que nuestros vaivenes fuero acelerando de menor a mayor hasta convertirse en una carrera desenfrenada buscando la cima y el éxtasis junto con orgasmo y más alto clímax, para ese extraje mi pene, y comenzó un concierto de dedos en su vagina para intentar que sintiera el más alto placer que jamás hubiese tenido con adié mas.
Sus movimientos desesperados y sus gemidos, me avisaron de que el final estaba cerca por lo que volví a penétrale y apreté como un toro para dejarme llevar y bailar los dos el mismo baile de gozo y placer, nuestros gemidos y movimientos se acompasaron y entonces…zas, llego la esperada tormenta que empezó a descargar la granizada, invadiendo los valles de su vientre y refrescando nuestros esfuerzos.
Nuestros cuerpos quedaron uno junto al otro agotados, mi boca busco la suya, y mi voz sonó ronca cuando le dije, -Gracias amor mio, gracias por ser una amiga tan especial como eres.
Ella me miro con carita mimosa y feliz y respondió, -Gracias a ti por ser mi amigo y hacerme feliz.
Yo la bese una y otra vez buscando complacerla de nuevo, la noche era larga y no teníamos prisa ninguna.
Autor Joaquin Méndez. 11/01/2012.
Reservados los derechos de autor.
FINAL
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