Un ebrio en cierta ocasión
llegó a su casa dando traspiés;
sin equilibrio y saturado de ron
gritaba de cuando en vez
aquí el que manda soy yo.
Se quitó zapatos y camisa
y con desgano y sin prisa
en la sala los arrojó,
luego se quitó el pantalón,
lanzó un escupitajo al piso
y volvió a decir de improviso
señores, aquí mando yo…
Nadie lo contradecía
ni los hijos, ni la esposa,
su actitud indecorosa
libre de oposición
le daba esa libertad
de gritar una vez más
aquí mando yo…
Esa es la vida del solterón
que entregado a la bebida
no tiene quien contradiga
sus dotes de gran mandón.
*****