No he venido a golpear la sangre
mucho menos sangre ajena
y si he de golpear
vengo a golpear la mía.
Sangre que vuela en la frente
sangre que trepa bregando hasta la cabeza desde el suelo
sangre que se estira en las manos.
Estoy aprendiendo a sepultar la boca
en el silencio,
sucede que a veces erizo la lengua
y lanzo agujas lacerantes
al igual que el sol con sus ponzoñosos rayos.
Estoy aprendiendo más aún a dilatar bien los oídos
contra ese maremoto de palabras
y ninguna se escape.
Está bien, no diré nada
y quien se anime a escucharme decir algo
que sólo escuche mis dedos.