Un llanto muere verde entre las rocas
con una puñalada de dagas blanquecinas
que se balancean como espumas en la boca
del moribundo. A veces soy llanto, a veces risa.
No estará de menos que limite cada lágrima
en este mar que me traspasa desde el inicio
revuelto entre la bravura de las olas pálidas
hasta ese final en el horizonte encendido.
No está de menos vetar la lágrima en verdad.
El llanto precede al alma cubierta de lunas
en la vía -sin peaje- de celeridad:
se vuelve solo daga en el vaivén de la espuma.