Blanco... Así se tornó mi mente al ver el lugar;
Se lleno de nada, que a la final era todo,
Emanó colores que connotaron una nostalgia profunda...
Las paredes de mi cuarto se pintaron de azul en fracción de segundos,
Me dejaron un frío tan profundo como el de esa noche
Donde aprendí que bastaba respirar...
Miré el techo y no entendía su forma,
Sólo observe un extraño tono positivo de verde
Que en medio de todo me decía que el
Fuego
se había ido,
Que podía tener tranquilidad,
Los destellos que entraban por la vieja persiana de la ventana
Eran anaranjado como los de un sol más anciano que el de este mundo,
Un anaranjado que inevitablemente me conducía
A los atardeceres donde no sabía nada de la muerte
Y creía que soplando las velas de una torta, los deseos se harían realidad...
De repente fue violeta, tan saturado,
Como el de la blusa de una señora que lloraba
Aquella vez que era de día cuando parecía de madrugada,
Un violeta que sin duda, describía sin una sola palabra
El dolor del luto en un funeral que no acaba,
Donde el rojo se había ido hasta de mi sangre,
No sé como lo supe, pero ella se quedó sin color, fría, quieta, serena, vacía...
Por un momento él, el excelso de nuevo...
Transformando en lo que es más corto que un segundo toda esa pesadilla en alegría,
Coloreó de amarillo las lágrimas secas...
Me recordó lo que el mundo me hace olvidar,
Lo que por naturaleza me empeño en no entender:
La muerte es un viaje, donde no existe la otra parte,
Ni los cuatro elementos, ni otra vida, ni la oscuridad, ni el llanto,
Ni las flores marchitas, solo él, el excelso...
Ahora…
Negro, no el mismo del luto, si no el de la paz, el que susurra que todo acabo,
No hubo luz que chocara contra las cosas...
Dejé la pesadilla, para dormir de verdad.
Robinson Alaña