El invierno se ha dormido
sobre el río en sus orillas
y los chopos desvestidos
se cubren de escarcha fría.
En el calor de mi alma
se derriten los recuerdos,
que se funden con las aguas,
recreándose en espejos.
Y un grito de mi garganta
se introduce tierra adentro,
sorteando las montañas,
impulsado por el viento,
buscando en las madrugadas
el refugio de los sueños.
¡Qué lejos estás ahora!
y aunque el calor del deseo
aminora, hora a hora,
la crudeza del invierno,
esperaré primaveras,
esperando nuestro encuentro
con tu mirada serena,
nuestro abrazo y nuestros besos.
Ya no habrá invierno que enfríe
el calor del sentimiento,
pues mis manos se derriten
cuando acaricio tu cuerpo.
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