CORINTO
Fue nuestra aquella dicha de galopar las horas
y ser arena leve de una playa en espuma.
Los dioses nunca hablaron en tus labios de brisa
y apenas importaba la soledad del templo.
Yo cuidaba la casa donde te hiciste mío;
el atezado musgo de tu pecho trenzaba.
Al ahondar tus piernas mi trémula cintura,
era un temblor Corinto que del silencio huía.
Así fueron los años gozando de la hoguera;
el coro de bacantes rompía las ventanas
y yo con besos amplios anegaba tu cuerpo...
El Jónico en tu espalda bramaba hacia el ocaso.
Mas al llegar el alba de un día sempiterno
marchaste delirante a algún lugar de Esparta.
Mi bandera trocaste, pero quedé aguardando
un regreso en la noche, una lluvia de estío.
Dijeron que la sombra conquistó Siracusa
y allí tu cuerpo amante se tronchó de mañana.
La tierra goza ahora de tu cuerpo encendido,
sobre mi piel escupen sus heces las bacantes.
Han pasado mil años o acaso treinta siglos;
nuestra casa no existe y Poseidón ha muerto.
Si volvieras del fondo, de tu hermosa cadencia,
hallarías mis senos temblando entre las ruinas.
Soledad Iranzo