Qué será de aquellos sueños
que dejé dormidos en esa orilla,
de la playa nocturna sin cielo
donde vagaron mis fantasías;
Qué será de este corazón herido
que hizo de ti tantos versos,
y del ocaso que se ha rendido
de buscarte entre mar y cielo.
Qué será de ti, ya no lo sé,
pero hoy necesito perdonarme
y dejarte ir con ese atardecer
en el que en mí soñaba mirarte.
Quisiera reencontrarme con aquel deseo
que desde mi corazón rozó una estrella,
aquel que se vestiría con tu amor y mis versos
y me haría sentir completa...
Y cae la noche azul sobre aquellos sueños
que entre melodías de violines se morían,
voy a beberme de un trago la tristeza
que sin saberlo derramaste en mi sonrisa.
Porque hoy necesito despojarme
de aquel verso que cayó en mi alma,
para que un nuevo sol de media tarde,
espere por mí en el dulzor de una mirada.
Tantos sueños les dibujé a mis quimeras,
sobre el lienzo de mi poesía,
si desde que te encontré en ella
te amé, niño... con mi vida.
Y aquellos sueños
se irán en lágrimas,
con la corriente del Río Piedra
en tu sinfonía jamás tocada.
Ceci Ailín
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FRAGMENTO
\'A ORILLAS DEL RÍO PIEDRA ME SENTÉ Y LLORÉ\'
PAULO COELHO
\'A orillas del río Piedra me senté y lloré. Cuenta una leyenda que todo lo que cae en las aguas de este río —las hojas, los insectos, las plumas de las aves— se transforma en las piedras de su lecho. Ah, si pudiera arrancarme el corazón del pecho y tirarlo a la corriente; así no habría más dolor, ni nostalgia, ni recuerdos.
A orillas del río Piedra me senté y lloré. El frío del invierno me hacía sentir las lágrimas en el rostro, que se mezclaban con las aguas heladas que pasaban por delante de mí. En algún lugar ese río se junta con otro, después con otro, hasta que —lejos de mis ojos y de mi corazón— todas esas aguas se confunden con el mar.
Que mis lágrimas corran así bien lejos, para que mi amor nunca sepa que un día lloré por él. Que mis lágrimas corran bien lejos, así olvidaré el río Piedra, el monasterio, la iglesia en los Pirineos, la bruma, los caminos que recorrimos juntos.
Olvidaré los caminos, las montañas y los campos de mis sueños, sueños que eran míos y que yo no conocía.
Me acuerdo de mi instante mágico, de aquel momento en el que .un «sí» o un «no» puede cambiar toda nuestra existencia. Parece que sucedió hace tanto tiempo y, sin embargo, hace apenas una semana que reencontré a mi amado y lo perdí.
A orillas del río Piedra escribí esta historia. Las manos se me helaban, las piernas se me entumecían a causa del frío y de la postura, y tenía que descansar continuamente.
—Procura vivir. Deja los recuerdos para los viejos —decía él.
Quizá el amor nos hace envejecer antes de tiempo, y nos vuelve jóvenes cuando pasa la juventud. Pero ¿cómo no recordar aquellos momentos? Por eso escribía, para transformar la tristeza en nostalgia, la soledad en recuerdos. Para que, cuando acabara de contarme a mí misma esta historia, pudiese jugar en el Piedra; eso me había dicho la mujer que me acogió. Así —recordando las palabras de una santa— las aguas apagarían lo que el fuego escribió.
Todas las historias de amor son iguales.\'