“De ahí ese amor, esa gratitud enorme que siento por la vida, esas ganas de
lamerla constantemente, esos ímpetus de prosternación ante cualquier cosa...
ante las estatuas ecuestres, ante los tachos de basura...” (Oliverio Girondo)
Leía a Girondo y me decía, “la pucha con la Andrea, a lo que me ha llevado”.
Porque se me cruzaban los ojos. Y porque así como no basta soplar para hacer
botellas, tampoco es cuestión de besar espejos y salen las poesías.
Hay personas que vienen al mundo con sus versos puestos, bien puestos.
Otras nos esforzamos por hallarlos en lo más recóndito de nuestras seseras.
A veces nos sale algo parecido al romanticismo, y entonces gritamos “¡Carajo,
qué bueno me salió!” y allí, como la niebla que se esfuma en la mañana,
el romanticismo, justamente, se nos va al carajo. Lo que sí, yo creo que la
humanidad está divida entre los que soñamos y “los otros”, sin ningún afán
peyorativo. Y ellos se quedaron sin sueños porque hay gente que los acaparó,
sin más ni más. Y los llenó de cielos, nubes, les puso titilar de estrellas y platear
de luna. Les diseñó bosques y sombras, soles y trigales, les bosquejó montañas,
mares y arroyuelos. Les dibujó una sonrisa y también una lágrima. Hizo suspiros
de las brisas, canciones de los vientos, música de los trinos, besos a través de
ventanales. Hizo que los sueños sean verdaderamente sueños, que valieran la
pena vivirlos, durmiendo o despiertos. Hasta cuando las desgracias nos golpean
-y ya me incluyo en esa gente-, vemos una rosa en un misil, una campiña
ondulada y fresca en un campo de guerra, vemos la risita del niño y nos
cobijamos, lo más pronto posible, en los brazos del amor. Ese amor que quizás
se muestra esquivo pero que nunca dejaremos de buscar, como nunca
dejaremos de sentir que vivir es lo más bello que existe y vivir con sueños
lo máximo, o “lo más” como dicen los pibes de ahora. Y qué tiene que ver
todo esto con Girondo. Nada. O tal vez todo, porque él dijo, y bien dicho, que
“a pesar de los esfuerzos que hago por contenerme, tengo que arrodillarme en
medio de la calle, para gritar con una voz virgen y ancestral:
“¡Viva el esperma... aunque yo perezca!” Un canto a la vida.
Entonces, voy a rogar que el azar de la inspirinola me a-rrime algo simil
poema y así me voy a dormilonguear alegre y complacido.
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