nelida anderson parini

ADÁN NO QUIERE COMER.

Adán no quiere comer del árbol que da la vida,

siente temor de escoger, fruto con mala semilla.

Sabiendo que en el placer, puede surgir pesadilla,

prefiere retroceder,  antes que dar la mordida.

 

Adán no quiere comer, se ha inclinado a la bebida,

buscando saciar su sed, va camino a la cantina.

Rompe en llanto su mujer, lo ve tomar la salida,

“vuelve el Cristo a padecer”, cuando él dobla la esquina.

 

No entiende el hombre por qué, tanto drama en la cocina,

a fin de cuentas  su sed,  es compañera de vida,

la que escucha a su interior, quien nunca lo recrimina,

la única que le es fiel, la que no emprende la huida…

 

En cuanto empieza a beber, todo torna en alegría,

se va encendiendo su piel y su sonrisa se anima.

Su lengua se vuelve miel, procurando compañía,

conversación por doquier, a todos regala estima.

 

El licor le hace nacer, reviviendo su  osadía,

de la tristeza de ayer, el hombre pronto se olvida.

Su cabeza con desdén, maquinando en fantasía,

el hombre que piensa ser, al cicatrizar su herida.

 

Entrado el amanecer Adán, toma la partida,

al fin apagó su sed, su cartera está vacía.

En la casa su mujer, sobre la cama dormida,

entre sueños de oropel, su llanto desvanecía.

 

Adán oliendo a cuartel, desea saciar su hombría,

ya despierta a su mujer, pidiéndole la comida.

La turgencia de su piel, va perdiendo lozanía,

pues la flama del querer, al temor está fundida.

 

Adán no alcanza a entender, lo que ocurre en su familia,

cada vez que  siente sed, allí emergen  mil  rencillas,

no hay razón para temer, si al volver la reconcilia,

brindando apaga su sed, ahogando sus  pesadillas.