Oh, desmedido territorio nuestro,
anterior a tus casas,
aquél mismo que Dios amaba.
Yo fui quien dibujé con lápices violetas
las arcas de tus murallas;
Tiene nombre con alas esta estancia,
parece una isla sola en la distancia.
Puedo ver aún tus largas entradas de eucaliptos,
el follaje herrumbrado en la penumbra inmóvil,
suntuosas sus hojas en la creciente Luna,
entre la polvareda o en la triste laguna.
Yo como ella Persisto,
y aquí acodado en mi ventana baja,
el silencio me habita en tieso desmayo,
igual al de la rosa...
¿Cómo eran el ocaso y el umbral de aquella puerta,
las anónimas plantas, el latir de tus pisadas?.
Un demasiado azúl en la distancia...
¡Ah, que azúl el lago, y había rosas!
Rumores de abanicos aturdidos vagaban por la casa,
abrían las ventanas proclamando
la aparición benigna de la menta que del jardín
se alejaba y volvía.
Aquella tarde morena,
Aquella tarde yo te amaba.
W.G.
14 de mayo de 1989, Costa Rica.
Llevaré siempre tu perfume por mis venas, muchacha morena de Alajuela.