la negra rodriguez

AMANTES... (APAGA LA LUZ)

Se conocieron  vía internet, los dos cargaban  pesadas nostalgias de amores  sin resolver de  tristezas envejecidas que fueron  tomando cuerpo en sus sonrisas. Eran amigos, sólo eso, pero  querían jugar al amor y se volcaron en momentos  de fuerte pasión, pero no olvidando la desilusión, Y fue como lanzarse en aguas turbulentas  sin saber si podían luego salir a flote. No era amor…o si lo era pero primitivo, vestido con el disfraz de otros amores.

Un encuentro  no significó mucho. Un segundo encuentro y empezó algo… pero no sabían que  era ese algo que los hacía unirse, entregarse, rendirse el uno al otro, pero  lo hicieron intensamente y al separase les quedó el dulce sabor del pecado y del placer en sus labios , en sus almas y en los latidos de sus vidas. Así que planearon un nuevo encuentro y cada vez más  iba creciendo  eso que trataron de   evitar pero  que pese a ellos mismos  había nacido. Y, aunque prometieron no enamorarse,   ¡Se enamoraron! …

Otro encuentro más. Cada cual  tenía que viajar largas horas para encontrarse, para amarse. Caminaban por las calles del pueblo donde se encontraban, como dos  chiquillos, sin importarles  nada lo que dejaban por verse. Era la vida la que les exigía entrar en ellos, juntos, resueltos, y  se encontraban y se entregaban.

-Te tengo un regalito mira- (era un cofrecito  de cuero   redondo que dentro tenía otro cofre más pequeño y dentro  otro  más pequeñito y  dentro del  último un par de aretes de filigrana y  tres brazaletes de  fantasía).

- Y mira lo que  yo te  traje:   (chocolates de su tierra)- Y la felicidad  se desbordaba por  las hendijas de las puertas y las ventanas del hotelito donde se encontraban.

Él,  de origen humilde, ella mujer sola con una posición casi desahogada  que le permitía apenas darse el  pequeño lujo de hacer esos viajes, aunque luego tenía que pagarlos a cuotas mensuales. Pero lo hacía, era el fuerte impulso del amor que le  pedía hacerlo.

Con esos sacrificios se  encontraban y vivían ese sentimiento como si recién lo hubieran descubierto.

Par de niños  mayores  danzando y cantando sobre la cama y por los callejones del pueblo que los veía  complacido de  ser testigo de  ese amor profundo y bello que  surgió entre los dos.

Pero la realidad  era otra,  no podían unir sus vidas y aunque amor no faltaba  no podían dejar atrás nada de lo que tenían y esos encuentros  furtivos exigían tiempo, dinero y excusas. La desesperación de no verse les agobiaba.

Él,  con la angustia nublando su mente, planificó algo que sería definitivo.

  En una de esas videollamadas que tanto disfrutaban, le dijo que   su  próximo encuentro sería maravilloso. Ella ilusionada   emprendió el viaje. Y luego de encontrarse de ir al hotel, de entregarse, salieron a recorrer como siempre las calles del pueblo, a comer en cada esquina, a  contemplar a los cantantes callejeros,  el primer día todo terminó así. El siguiente día, luego  de  esos momentos de entrega total, ella le dijo que luego de eso ya no le importaba  si llegaba la muerte. Él le dijo: ‘’amor tengo vino para  que brindemos por  nuestro amor’’. Ella  bromeando le preguntó: ¿Le pusiste veneno? y él le respondió que no, pero si quería lo haría. Ella  manteniendo la broma le dijo que si. Y en un  descuido de su amante, él, envenenó el vino. Lo tomaron juntos… un gran sopor los invadió…

 Ella dijo: ‘’amor tengo sueño, apaga la luz’‘.  Él obedeció…

 La luz  del nuevo día los  encontró abrazados,   sus cuerpos  fríos  pero estrechamente abrazados. Ella  con la cabeza sobre el pecho de él…