Renaces a cada instante de una muerte lenta...
Curvado, cabizbajo,
enjuto, consumido….;
las piernas apenas te soportan,
te tambaleas
cuando a duras penas
caminas…
Caminas con un cuerpo de más de ciento veinte años a cuestas,
con tus treinta y dos en tus pupilas
recién cumplidos todavía,
a la sombra de tu sombra
proteges tu calavera.
Dormitas al sol en cualquier banco;
al tiempo que, en soliloquio continuo,
hablas y gesticulas
con un rictus ya consumido
mientras elevas una oración al cielo
ante un resto de vino….
Con tus manos temblorosas
cuentas y recuentas,
y vuelves a contar unas monedas
que alguien te dejó para apaciguar tus penas…
No quieres entender
que no hay dinero suficiente
para sentir el trote del caballo
corriendo otra vez por tus venas…
Maldices la suerte tuya,
y a esa estrella que no brilló en el cielo
cuando tú nacieras.
Venderías tu alma al diablo,
si es que alma aún tuvieras,
para conseguir un efímero pico
que al mismo infierno te llevara…
Harapiento, maloliente,
famélico, espectral,
muerto en vida,
vivo en la muerte,
ya ni recordar puedes
lo que ser una persona significa:
la dignidad la perdiste, no sabes ni dónde ni cuándo,
por unos mágicos polvos blancos
que te llevaron de esta vida..
Y ahora…,
con la esperanza prendida de un hilo mal cosido,
en medio de unas desdichas que dibujas en sonrisas,
de una felicidad mal concebida,
de unos gritos sordos
que a tu alma devoran,
y arrastrándote sin piedad por el lodo;
ahora quieres renacer de nuevo
en esa muerte lenta que te trae tanta alegría...