Sabré que te marchaste cuando el sol trepe el ceño,
cuando tienda la hiedra por sus rayos trenzada
y rompa los cristales terciándose en la almohada
que habrás dejado quieta, pendiente de mi sueño.
Cuando halla que volver, a mal grado de mi empeño
que intuye sordamente la ausencia agazapada
y vaya el brazo terco al encuentro de la nada
ya hecha al dulce hueco que es grande por pequeño.
Los ojos se abrirán, temerosos del aviso
y dueños de tu falta verán que dios los hizo
por darle al corazón dos guardianes atalayas;
mas yo podré engañarlos, siquiera por un rato:
Los cerraré despacio de cara a tu retrtato,
para que de ese instante, ya nunca te nos vayas.
Marco Quezada.