“Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas
y en el mar” (Khalil Gibran)
Es temprano. Tan temprano como que sol se asoma
y mira detrás de todo el mar, de toda el agua.
Yo abrí la ventana para verte y acaso escuché
la dulce melodía de tu piano.
(aroma de sal en un vuelo de gaviotas).
Entretejido mar, inquieto, volteando muros,
escondiendo risas, furor agazapado, traicionero.
Ilusión de tus manos entre mis manos, mariposa y nido,
temblor de cielo agrisado. Y es que no estás conmigo.
(denso oleaje de pájaro extraviado).
Te buscaré a lo largo de la humedad de arena
y la leve llovizna que salpica.
Te buscaré a través de tu sonrisa de lejana onda oceánica,
con picardía de niños a la siesta.
(huellas innombres borradas por la espuma).
Es muy posible –seguramente, diría- que no te halle;
aunque sé que estás en lontananza, esperando que cruce la poesía
el vasto manantial de agua salobre.
Y a mi entorno llegará –y así, siempre- tu fragancia de jazmín y de canela.
(esencia sutil de cien otoños).
Me abrazaré a tu risa y a tu encanto
y al paisaje que abriga tu mirada.
Serán míos tus labios y en la desvanecida tarde
danzaré contigo a los últimos rayos de naranja.
(brisas que acarician las nubes sonrojadas).
Y en la noche sembrada de astros semiocultos,
gritaré a la mar tu nombre y mi fastidio.
Quiero tenerte a mi lado y sólo tengo
más agua, más espuma y más arena.
(recójanme, mar y viento y arrójenme a su lado para siempre).
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