Algunas veces te detienes en el tiempo para analizar tu existencia hasta ese preciso momento. Te das cuenta que hasta ese momento justo, tu pasado es el costal mas pesado del cual no puedes librarte y el cual hoy mismo te detiene con tus rodillas sangradas por el gran peso que no te corresponde cargar. Hoy te detienes porque tus manos están llenas de vendas que cubren tus heridas, que cada herida te recuerda una experiencia dolorosa o una experiencia que viviste luchando por tus anhelos; esas manos, las mismas que pueden matar, pero que hoy están heridas por haber hecho vivir tus sueños, esas manos, las mismas que hoy descansan en el suelo frío a la par de tus rodillas lastimadas.
Tu única imagen es el piso infinito donde descansas y la única fuerza que te tiene vivo es la esperanza de ser mejor. Tomas tu tiempo y mientras te mantienes ahí de tus ojos emergen lagrimas y de tus heridas salen aquellos sueños vivos. Te concentras en no pensar en nada, en seguir vivo aunque sientas desfallecer, en seguir fuerte, pero entonces después de tu silencio y esfuerzo, decides quitar tu costal pesado sobre tu espalda. Te quedas en silencio esperando respirar ampliamente el aire de tu esencia, el calor de tu cuerpo y la esperanza de querer sanar tus heridas. Cierras tus ojos y te das cuenta que ese costal que cargabas era tu pasado, ese pasado que no te dejaba caminar y te impedía crecer.
Tomas tu tiempo, logras sentarte siendo tú mismo, ves tus heridas y te duelen. Comienzas por lamerlas y ayudarlas a sanar, pero sabes que no podrás levantarte hasta que tus heridas sanen.
Levanta tu cara, ve el mundo, ve tu cuerpo, ve tus pies, ve tus manos, voltea al cielo y levántate, porque ahora tienes camino por recorrer, y cuando tu cuerpo vuelva a pesarte mira tus manos y tus rodillas, y ahí recordaras que fuiste capaz de salir adelante con la cara en alto y con un pie siempre listo para levantarte…