Detenido sobre la cumbre de una roca escarpada,
extiendo la mirada más allá
de las colinas que fomentan el inmenso valle;
veo a mí alrededor como todo germina
y florece hasta dejarme envuelto entre su vida;
veo las montañas empinarse tan alto que ahí…
de seguro se pueden tocar las espesas nubes;
veo las risueñas cañadas suicidar su caudal
en un tormentoso rio que serpentea,
mientras se desliza con u fresco murmullo,
hasta que se entrega al regazo del frondoso bosquecillo;
escucho, muy frecuentemente,
el canto armónico y melodioso de las avecillas
que animan la naturaleza
acabando con el tajante silencio fecundo;
escucho el zumbido entre la yerba y las florecillas
de un enjambre dorado como el sol naciente,
que revolotea bajo
los sagaces rayos inquilinos del día naciente…
toda esta orquesta armoniosa
desnuda en mis adentros las más tiernas delicias
y hace correr por mis cuencas ese manantial sagrado,
que mana ardiente…
y que es foco de la vida en el gentil
seno de la divina naturaleza…
y mi corazón inflamado abraza,
en medio de aquel desbordamiento de vida,
el mundo y su misterio infinito…
Y detenido sobre la cumbre de una roca escarpada,
mi corazón inflamado abraza
la bella creación
porque ahí sopla el espíritu de aquel que es eternamente…
y que cada átomo que siente su soplo es por el vivificado…
En las entrañas de estos misterios insondables,
más allá del fondo y de la cima,
existe un infinito amor incomprensible
que abraza el orbe como ola furiosa
y que baña y rodea el cielo y la tierra;
y que anima, también, el corazón minado por el enemigo;
abro mis brazos al torrente intenso
que exhorta a la vida y reina sobre este vasto universo;
inclino mi cabeza a su delicada brisa
y me dejo embriagar de sus eternales delicias…
sin dejar de sentir siquiera un momento,
en mi pecho, una gota de la bienaventuranza
de ese ser maravilloso…
que produce todo en él y por él