Marinero que arrías tu vela
al entrar en las aguas del río,
levantando la proa tú frenas
el ímpetu y gas de tu navío.
Y te adentras en suaves corrientes,
con el norte y el cielo en tus ojos,
en la orilla en espejo evidente
se acicalan desnudos los chopos.
No eres dueño de nada y de nadie
y tampoco de ti nadie es dueño,
no pretendes que nadie te cambie
convirtiendo tu ser en un siervo.
Pero sabes muy bien y estás firme,
como brújula del sentimiento,
que entregando el amor se convive,
sin que nadie sea un nuevo dueño.
Y por eso sorteas corrientes,
dirección ensenada soñada,
donde encuentres tu dicha latente,
aunque no seas dueño de nada.
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