Conozco una cárcel que a veces invoca
continuidades de historias
estrictamente insólitas.
Hay cadenas que se dilatan junto al cierzo de febrero,
existen hojas de reclamaciones en los portones del infierno.
Disipo las dudas del último de mis vencimientos
y el cerrajero me asegura que ya no se puede duplicar
la llave de lo luctuosamente indestructible.
Examino las ondulantes cadenas
que hacen que el ser humano
sea un rehén de sí mismo…