No quise mirar
por no gastar miradas en lo que nos queda por caminar,
quise mirarte a ti.
A ti huyendo de ti y viniendo a mí
ipso facto a mí.
Los dos cruzando el umbral del otoño
¡cómo atropella su frescura!
no temas que apenas cruzamos el umbral
y en el lomo de la noche hay un caparazón de tortuga
que no mide el tiempo.
Ponle color a este mosaico de Luna
y brillo a su hechizo.
Estábamos los dos en la soledad del parque
besándonos...
Me saqué las yemas de los dedos
y diseminé en tu cuerpo de muñeca rota.
Disipé el aliento en tu melena furiosa,
flama en negro.
Los cíclopes faroles soplaban la luz hacia nosotros
que nos escondimos en los pies de un árbol.
Así como la tierra bebe el agua
así bebió nuestro rubor
que dejamos caer
¡ya, es una hoja marchita el rubor!
Estábamos los dos en la soledad del parque
desnudándonos...
Hemos de irnos;
se encargará el rocío de la madrugada
a enfriar el calor que dejaron, tirados en el pasto,
dos animales salvajes.