Ayer ví un niño llorando, le pregunte ¿Qué te pasa?,
Y bajando su cabeza sin mirarme, más lágrimas derramaba;
Le dije- ¡Ven a mis brazos! Y tímido se acercó,
Le dí un beso en su frente y entonces el me miró.
Tomé mi pañuelo blanco para secarle su llanto,
Y él con su mano y la mía su rostro iba secando;
Y ahí volví preguntarle por la causa de su pena,
Y se me sentó a mi lado para que atento le oyera.
Comenzó con su relato que no era nada fácil,
Y yo que quería saberlo ya me parecía mucho;
Al oír como aquel niño me iba narrando su pena,
Y en los años de mi vida, es, lo más triste que escucho.
“Mamita era muy bella, era una mujer preciosa”. Me dijo,
“De esas que ustedes los hombres siempre le dicen piropos,
Pero que en oídos de otros eso le causa enojo,
Y eso fue lo que pasó con mi linda madrecita”.
“Un domingo iba a la misa, me llevaba de la mano,
y un señor muy caballero le dijo palabras bellas y ella se sonrió;
cuando llegamos a casa yo se lo conté a mi padre,
y al oír lo que le dije en diablo se transformó”.
¿Y qué pasó dime ya? A saber me apresuraba,
“Que papito la mató enfurecido por celos,
y ese es todo mi dolor, ya sabe lo que me pasa;
por culpa de aquel señor, mi mamita no está en casa.
Eso me paró los pelos y le dije- ¡Mírame bien! A ver si me reconocía,
Porque yo fui el caballero que a la dama pretendía;
Y ahora me siento culpable de la tristeza de un niño,
Que fue y le contó a su padre, lo que a las mujeres bellas, muchas veces le decimos.
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José Miguel (chemiguel) Pérez Amézquita