La primera mariposa
se escapó con una tos
un día en que escribía
canciones para vos,
era verde con motitas
y de alas delicadas,
me miró unos segundos
y después voló apurada.
Fue raro descubrirlo
de la noche a la mañana
de que algo había nacido
y se alojaba en mis entrañas,
ese día al despertarme
ya nada fue igual,
el pecho no latía
de la forma habitual.
El cielo era brillante,
las aves habían vuelto,
la piel se suavizaba
predispuesta al encuentro,
y no era hepatitis
o algo intestinal,
pero sí un batallón
de mariposas a volar.
En los días subsiguientes
estornudé unas cuantas más
que salían disparadas
hacia el cielo y más allá,
mariposas coloradas,
amarillas y azules,
con sus antenas paradas
y alitas como tules.
En la ducha se abstenían
para no salir lisiadas
y en la calle las personas
me miraban asombradas,
me llevaron a la prensa
para registrar tal cosa
y me transformé en la chica
que eructaba mariposas.
Resulté un espectáculo
y en el transcurso del tiempo
fui el fenómeno de un circo
que arrasó en ese momento,
pero pasaron los meses
y fui perdiendo su atención,
llegó un tipo que sacaba
monos de su pantalón.
Más la gente no entendía
que existiera tal amor
hacedor de mariposas
en bandada al por mayor,
y en la cárcel me encerraron
pero nadie logró evitar
que volaran mariposas
por toda la seccional.
Los reos se alegraban,
se enamoraban los policías,
me sacaron antes que cause
ideas de alguna orgía,
y yo y mis mariposas
muy solitas nos quedamos,
sentada en la calle
y con ellas en las manos.
Fue entonces cuando una
se posó en mi nariz
y escudriñé sus alas
antes de hacer atchís:
entre el brillante naranja
con negro engarzado
descubrí que en sus alas
tu nombre iba grabado.
Entonces comprendí
el por qué de tanto amor,
y supe bien el día
en que cambió mi corazón,
y entendí a donde volaban
todas mis mariposas,
y para acompañarlas
de pronto me nacieron,
en explosión, se me abrieron,
un par de alas hermosas.