Sumergida en la belleza
de aquello que no puedo expresar,
quise arrojar al Río Piedra
mi corazón de quebrado cristal...
y todo lo que le fui cosiendo
a sus frágiles rincones,
una sonrisa pintada de cielo
que llevaba en la frente tu nombre.
Si había revestido sus paredes carmín
con la paz que vi en tus ojos,
colgué en ellas mis ganas de ti
y un cuadro de atardeceres en rojo.
Si hallé en la luz de sus lágrimas
cada beso que le robó a tus labios,
cada pétalo que se desprendió del alba
al contemplar mi cuerpo en tus brazos...
en una fantasía derramada
sobre la noche sedienta de anhelos,
que se queda callada entre las sábanas
por haberte amado en silencio.
Sus latidos buscaron imitar
el son delicioso de esa melodía,
cuando le dictaba un suave versar
a la locura de esta inspiración mía.
Y así fue que se empezó a tatuar
como caricias de fuego en su piel,
esa tibia forma de mirar
que lo hizo sentir su desnudez.
Subasté cada una de sus espinas
que lo envolvían en un dulce dolor,
para sanar una a una sus heridas
escuchando el sonido de tu voz.
Me busqué en sus ruinas cuando te fuiste
perdida en las huellas que le dejaron tus manos,
y entre la brisa del recuerdo que se viste
con los sueños que de ti se enamoraron.
Palpitando en cada parte
esa risa tuya lo hechizó,
bombeando sueños por ti late
hasta verme morir de amor.
Y detrás de ti... se fue mi corazón...
y en él... en él te has quedado tú.
Ceci Ailín