Corría entre la bruma que no abruma,
esa niebla mañanera y madrugadora,
la que blanquea los barrancos
y te mantiene entre las nubes.
Vagaba en mis ejercicios diarios,
por el somnoliento camino.
No había despertado el sol,
en el Altiplano milenario
Solamente las flores silvestres,
con su sonrisa de primavera,
saludaban mis pasos alegres.
Una tímida flor emergía de su capullo,
despuntaba el alba,
las milpas humeando sus raíces,
los frondosos y verdes pinos,
acurrucados con los nidos de los pájaros cantores.
Las hojas de las alamedas coqueteaban con la brisa,
pétalos caídos,
súbitas rosas.
A lo lejos un chilacayote, panza arriba,
se abrazaba de las gotas del rocío,
en un mundo de singular belleza.
Mis pies se sentían en la gloria,
caminando sobre alfombras naturales,
huelo el aire y los parajes,
mientras mis ojos se enredaban con el paisaje
de esta bendecida tierra del Quetzal.
® Jaime García Alvarez