Sabe el tiempo de encontrar
el encastre del mañana
con dolores superpuestos
y mirada en la ventana.
Sabe el cuerpo de extrañar
aunque nunca haya sentido,
de querer acelerar
los encuentros del destino.
Sólo sabe el velador
de hallarme entre sonrisas
temblando como una flor
cuando te leo sin prisas.
Y es que me haces renacer
de mi montón de cenizas,
que por tí aunque me marchite,
aunque muera y resucite,
te estaré esperando en esta silla.