La mujer vacía me pidió un cigarro.
Su ego era tan grande como el escote
que me enseñó a traición.
“No tengo y aunque llevara no te daría”, respondí.
Y el ceño que delataba su verdadero color de cabello
se endureció como dos cimitarras listas para decapitar.
Dí un sorbo a mi cerveza.
Ella volvió a erguirse con la cara endurecida.
“No acostumbras a tratar con mujeres, ¿verdad?”
“No acostumbro a tratar con mujeres como tú”,
deje caer de mi boca con desinterés.
“¿Como yo?”, dijo y las cimitarras se invirtieron.
“Sí, mujeres sin contenido”, sonreí exagerando un gesto irónico.
“Cabrón”, en aceleración se alejó de mi vista
moviendo sus caderas con dureza hacia los lados
como una campana furibunda.
Miré al suelo:“¿Debí ser más cortés?”.
Dibujé con la mirada el empedrado
y un ruido de bolsas maniatadas me dirigió los ojos hacia la izquierda.
Era un gato que voló hacia una mesa desde un contenedor de basura.
“En su boca no hay cabida para el lenguaje,
pero es el mejor interlocutor que he tenido hasta ahora.....y su belleza sí tiene sentido”,
pensé y del bolsillo me saqué un cigarro.