Todavía me suceden tus campanas
en el templo insólito de mis venas,
me consume el lodo entre mis penas
y se me nieva el pelo por las canas.
Se me pasa el tiempo contra el mundo,
se me escapa el cielo por las ramas,
y un hedor a estiércol nauseabundo
escala por las cuerdas de mi alma.
Soy como el mar que nunca vio la playa
de color tan negro y tan oscuro
que es nocturno aullido de una llama
bajo las atroces piedras de tu muro.
No hay pasado, ni presente, ni futuro,
tan sólo hay un reloj de esfera extraña
que marca el dolor de siglos sin minutos,
y da de comer sus horas a las arañas.
¿ Qué fue de mi sermón en tu montaña,
qué fue de mi manzana entre tus frutos,
del sacerdocio de tu garza en mi mañana,
del sacramento de tu boca en mi tributo ?
Carbones somos del nunca y de la nada,
de aquel amor tan sólo queda el humo
viento que ya no agita nuestros juncos,
aire que no llega a la sangre enamorada.