Las desgracias.
Cuando sobre nuestros hombros cae con violencia la desgracia, semejando a un fenómeno de la naturaleza por lo impredecible e inesperado. No encontramos fuerzas, no sabemos decidir, no logramos entender a ciencia cierta qué está pasando. Sin duda alguna estamos en shock, indefensos, desprotegidos, incapaces de reaccionar en las horas, días, semanas e incluso meses después del suceso. Una vez que logramos tranquilizar la psiquis. Decimos y tratamos de auto-convencernos…¡ Esto es un mal sueño! Y reiteramos ¡Esto no me está pasando a mí! Y es cuando empieza a oscurecerse más el panorama, porque se inicia el ciclo de preguntas internas. Las dudas nos asaltan y sobre todo aquellas que tienen que ver con la fe, y la mente va elaborando hipótesis y fabricando culpables. Siempre el primer culpable es Dios. Luego vienen jefes, padres, hijos, parejas, la mala suerte y muchas cosas más. El último o la última en sentirse culpable, en aceptar y reconocer la culpa: es el verdadero culpable. Aquel o aquella que con su manera de pensar, que con su negligencia para tomar sus decisiones correctas, que cometiendo acciones contrarias a todos los valores, de un ser humano inteligente se ha labrado su propia desgracia. Pero como es más fácil bajar las escaleras que subirlas. Entonces bajamos descargando toda nuestra impotencia y cobardía culpando a cuanto ser vivo esté cerca, puesto que estando a ras del suelo se necesita mucho valor, autoestima y vergüenza para subir los peldaños a buscar los valores que hemos vuelto porquería, con la prepotencia, con el pensar que todo lo merecemos porque la muerte es para los demás… pero nosotros fuimos elegidos por la infalibilidad. Para terminar quiero hacer hincapié en algunos aspectos, donde a mi forma de ver, radica mayormente la desgracia que azota al ser humano. En el ámbito familiar veo dos causales. La desmembración de la familia, escuela vital para la adquisición de las buenas costumbres y los valores humanos; y la permisividad de los padres, que terminan siendo hijos en las manos de sus hijos, los cuales los tratan infinitamente peor que cualquier persona ajena al núcleo familiar. Y mal podría pasar por alto la indiferencia de la sociedad y del Ministerio a quien compete la salvaguarda de la familia, ante un hecho tan grave como este. Ni hablar de la actitud de grosera impunidad de la justicia para aplicar las sanciones correspondientes, siempre por supuesto, respetando los derechos humanos, pero castigando con severidad a todo aquel que infrinja la ley, bien sea abandonando a sus hijos, ejerciendo la violencia familiar, violentando física o psíquicamente a cualquier otro ciudadano que tiene los mismos derechos que le asisten a él. Sin embargo, quiero dejar una reflexión, no contradiciendo para nada lo afirmado en líneas anteriores. Es común oír decir: “Piensa lo bueno y se te dará”; cruzando mi vida, he aprendido que todo anverso tiene su reverso. Así, que si la primera hipótesis es cierta… no menos cierto es: Que quien piensa lo malo y actúa mal, lógicamente también se le dará. Por ello, el hombre feliz es aquel que se esfuerza en construir su felicidad, y el hombre sobre el cual caen las desgracias, es aquel que las ha edificado con su propia estupidez.
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MIRIAM RINCÓN URDANETA.