Taciturna, la hora de mi muerte lenta,
Donde mis lágrimas son sordos lamentos que en tinieblas hablan,
Me diagnostico cáncer de olvido, mi peor enfermedad el recuerdo,
Y el dolor a mi ser lleno de hastió.
Que se me olvido mi nombre, por vivir el tuyo,
Que hasta mi propia alma la empuje al vació y aun así me regalaste olvido,
Dime amor mío: en tu boca ¿que se hizo el beso que deje furtivo?
Mi carne es presa de tu aliento hostil que aun en las noches se eriza por ti,
Mi fuego te llevaste y solo me quede con la casa vacía… Y aun así en el portón de mi alma en banco viejo te espera para tomar el Te que dejaste frio.
Amor, ¿donde andas que mi voz no escuchas?,
¿Donde están tus ojos? que mi rostro no miras para acallar mis lagrimas,
¿Donde están tus manos? que ayer me desvestían,
Hoy solo me culpas de las penas que te dejo el ocaso en la nieve fría y el nombre que no pronuncias… Acaso es culpa mía…
Te dejo entonces la puerta abierta,
Para que nunca vuelvan a escucharse las penas mías
Salud y gloria a la muerte mía,
Y vida eterna al olvido de tu nombre que me dio resurrección tardía.