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Este despertar entre los pinos malváceos de la tarde
tu mano entre las mías,
el diálogo a la espera;
este nacer a la duda y el morir a la inocencia
con manojos de ti entre mis sueños,
con algo de mí para tu espera.
Este amanecer
que nos sorprende callados
-aun en el silencio hay entrega-
tiene algo de ti y de mí,
algo nuevo y viejo,
como la fruta del recuerdo,
como una onda esparcida
en la quietud quebrada del estanque.
Somos mucho menos que tangibles,
sugestionables,
temerosos,
inexpertos;
un suspiro replicado en las laderas del invierno;
este invierno tan aguacero, tan sublime, tan nuestro,
tan sensible, tan humano.
Nuestras manos se entrelazan,
se estiran,
se tensan;
se acarician en los panes que amasamos;
se esfuerzan laboriosas contra espinas ignoradas,
apanan las coníferas asedadas del ocaso.
El horizonte
- donde labios besan el azul-
es burlona silueta que nos huye...
La sombra, la nuestra,
nos sujeta y nos elude:
atestigua cada entrega.
Y el amor...
el amor es el combatiente:
nos retoña de ternuras en cada despertar,
en las manos que acarician,
en los panes que nos damos.