Pasan las amplitudes de los cuervos
por encima de las cabezas
vacías de indulgencia
y/o rellenas de éter suicida.
Se mueven los brazos del penúltimo encantamiento
y todo lo prometido no es más que agua de paso,
columnas de humo y ensoñaciones muertas de miedo.
Pese a todo, yo estoy aquí,
y la voz de la concordia no desea agonizar
ya que tras toda intranquilidad habita
la fuerza de un crisol irreverente.