Alguien enloquece
y sin razón abre fuego
lanzando sus mensajes
de muerte,
y mata porque sí,
¿y por qué no?
Qué hay rescatable
en su vida
o de valor entre
lo que posee.
¿Qué puede perder?
Si con fortuna pudiera
resultar muerto
también.
Y mueren dos,
y caen otros seis.
Y nadie llora.
Los noticieros le dedican
más tiempo al aire,
A la más reciente
frivolidad de Paris Hilton,
o el más reciente
adulterio
de alguna diva del celuloide.
Y así se disipan
los personajes
del drama verdadero,
como fantasmas
que hubieran sido.
Como muertos vivientes
que son todos.
Silban los misiles
y estallan arrancando
con violencia brazos o piernas,
mutilando los cuerpos
y derramando sangre
mezclada con mortero
y varillas retorcidas.
Humo y polvo azufre
y hedor de muerte.
Y unos ojos mortecinos
me miran no se desde cuándo
y me indican que la vida
se les escapa detrás
de la sangre derramada.
Miro tropas regulares
marchando en un desierto
en columna de dos.
Y aviones y venganza
y destrucción y fuego.
Odio fratricida
que aun las fieras
dan muestras de matar
sus víctimas con mayor
compasión con que
los hombres matan.
Y las fieras es por hambre,
los hombres por qué.
¿Y porqué no?
La codicia esconde
las vituallas y saca
a orear el hambre,
azota las espaldas
del esclavo y provoca
con extraños apetitos
el ego de los hombres,
corrompe lo que toca
sin distinguir edad
o si es mujer,
ni respetar prosapia,
oficio seglar
o vocación de santo.
Se mueve usufructuando
privilegios según escalafón
del cual se trate.
Unta las manos de veneno
con cohecho o prebenda
licenciosa, hurta, usurpa,
pisotea. Abusa del poder
y la confianza. Entretanto
sus víctimas finales
sucumben en medio
de la peste, y de la hambruna.
Cuerpos exiguos que móviles
apenas ensayan su apariencia
de esqueleto, para cuando
al fin estén muertos.
A punto de llorar,
de dolor y de impotencia,
decepcionado y triste,
por la gente, por los que
viendo no ven, ni les preocupa.
Por los que oyendo
no oyen ni se enteran,
levanto mi rostro y como
el salmista digo: Alzo mis ojos
a los montes, de donde vendrá
mi ayuda. Y luego clamo:
Venga tu reino, ven a poner
fin a la injusticia, a vengar
la sangre de inocentes,
trayendo el salario del impío,
y el aventador en tu diestra.
Y tú me respondes ¡Espera!
Aun no está maduro
el trigo para la siega.