Huele a soledad en las aceras.
Furtiva,
mi sombra ignora la oscuridad del camino;
La herrumbre, las ventanas cerradas,
los espinos.
La mente apagada ante el teatro de la noche
Huérfana de palabras, de tiempo…
de reproches.
Y huele a Cielo sobre la cabeza.
¡Todo es inmensidad!
Vacíos que se reconstruyen paso a paso;
Remordimientos sedientos, doloridos…
‘poco castos’.
Mas la entraña de volcán
Aunque ‘hambrienta y sin metáfora’,
Sigue engendrando versos irredentos;
al viento...
“niñeando la voz de la melancolía”.
Y es que llevo esta insurrección callada,
Curtida contra la propia fantasía.
Porque las manos huelen a pecado de reclames;
Y en el pecho pulsa una guerra deflagrada.
Pero siguen las aceras, palco de un Bufón…
Este que no reconoce tristezas, ni fronteras;
‘Creyente en la virtud ajena’...
Y apenas guarda plumas, para mapear el camino,
Mientras las palabras le rondan la mente
Tal espadas misericordiosas…
Perforando el espacio… silentes.