LA VOCACIÓN
A diario persigo rastrojos de nubes,
cirros que me respondan cuando chillo
con el desaliento de todo lo metálico
que me observa sin pestañear y mudo.
No sé si los otros que vocean
(los conozco porque a menudo lloran)
sacan fuerza de músculos o ideas,
o quizá disimulan que su lucha personal
es estéril y fingen sonrisas a mi lado.
Me busco entre los más y los menos
para resumirme sin sentir escepticismo:
en el mamarracho, en el general, en la cima,
en el fondo del limo, en los ojos ajenos.
No hay nada, ni siquiera estas tú,
el estandarte que me compuso sobreviviente
en la hipótesis de que todo sea cierto
y no haya que lamentarse acudiendo al sueño.
Ocasionalmente, hago daguerrotipos en tinta,
los alejo de mí a patadas cuesta abajo
y los veo alejarse ofendidos, desapasionados.
Me dejo en lo alto un minuto, dos,
tras mi espalda los siento ebrios agitarse,
liberados de mi esperanza en ellos.