Domingo.diecisiete horas.Septiembre
Los ausentes tararean un triste tango en mi cerebro.
En esta plaza mustia,
el invierno se resiste a festejar su despedida.
En banco incómodo
con un ramito de fresias en las manos
(que se nutre con el sudor que surgen de mis dudas)
espero sentadito simulando amor eterno.
Frente a mi, una neurona gigante
no tiene un pájaro de idea, ni un adorno
y menos una hoja que nazca por verguenza.
De pronto,
una sucia pelota
me roza la patilla,
sonrío una puteada
y,
por querer jugar adolescencias,
termino con las heces de un perro callejero en mis zapatos.
Ella, no vino aún.
y va pasadas una hora.
Rabioso, me abrocho la campera,
camino a la parada,
y voy gruniendo por lo bajo
mis miserias,
chumbándole al amor, tanto desgano.