Cabalga la fiebre noctámbula
entre las telarañas de mi cabeza chiflada.
Se ahorca el verso que no es primoroso
y la ambigüedad de no saber quiénes somos
pese a habernos conocido y disfrutado
desde nuestro nacimiento.
Cuarenta grados de dolencia y ardor:
moquear indigencia, gastar ingravidez de lejanía
y continuar moqueando, ya que es fácil hacerlo
cuando la noche vocea pruebas de poluciones
que nunca podremos disfrutar
a causa de los temores humanos.