El verdor inusitado de la
naturaleza de tu alma,
la respiración compartida
de tu cuerpo,
al amanecer tu sonrisa
de alegría hasta el ocaso
que transpira armonía,
el arco iris de tus ojos
hace difícil encontrar de
qué color están hechos,
tu cantarina risa con su
melodía hace desaparecer
cualquier dolor, cualquier tristeza,
tu voz embriaga los sentidos
cual sinfonía de amor,
tu figura es el deleite e inspiración
de cualquier maestro de
pintura o escultura,
tu andar es la fuente de
inagotable guía para
cualquier maestro de
la coreografía,
tu amistad, para muchos
más importante que toda
la riqueza del mundo,
tus reflexiones son el faro
que ilumina espiritualmente
mi alma atormentada,
tu tenacidad y constancia
hace desaparecer
cualquier obstáculo,
toda tu eres ejemplo de justicia,
verdad, madurez, sabiduría,
alegría y fuerza espiritual.
Cuando ese día llegaste a mi vida,
la verdad: no sabía solo si seguirte
o amarte, más allá de mi imaginación,
razón, deseo, cordura, bastó una palabra
de tus encarnados labios,
para que mi alma se rompiera
en mil pedazos,
los recogiste uno a uno,
te acercaste a mí y
volviste a poner cada
uno en su lugar,
sin tan siquiera equivocarte,
que hago con mi vida,
después de estar a tu lado
solo ese instante,
nunca más volví a ser el mismo.
Un buen día,
al levantarme al amanecer,
sentí que ya no podía resistir,
un día más sin ti,
me armé de valor,
me dirigí al balcón de tu alma
llena de grandeza y
a grandes voces,
te grité desesperado el amor
que llena mi alma,
desde el día en que
estuviste a mi lado.
Hoy luego de mucho tiempo
recorrido puedo decir que
te has convertido en mi
compañera del alma,
compañera de la razón,
compañera de mi vida,
o tan solo mi compañera
de amor.
Reservados todos los derechos de autor:
Carlos Dos Santos Daniel