Trovador de Sueños ...y realidades.

Un Altar para el Amor

Quien pensaría que aquel mocoso niño, con sus tres años, que jugaba con la tierra, que alimentaba a los gatos callejeros, dejando de comer para dar, que lanzaba al aire papagayos de papel sin color, toscos, pero que eran su alegría, jugando canicas con sus amigos semejantes al él, tuviera hoy en sus manos, la alta añoranza de todo hombre pleno, llevar a su amada al altar, no al altar de una iglesia de cualquier religión, sino a su propio altar, no de plata, no de oro, sin flores, ni siquiera con claridad, su propio altar, concebido en su mente y su  corazón, pensando en su amada.

 Luchando año, tras año, tiempo tras tiempo, a escondidas, sin mas bienestar que el de su propia vida, cuan insignificantes las cosas, que para nosotros lo eran, para ellos lo eran todo, comenzaron hace tanto tiempo, perdido en el olvido, arruga tras arruga, benefactor del futuro olvidado.

Una piedra que hace años fue recogida por las manos de ella, un trozo de suelo, donde él se cayó, la primera sonrisa al asomarse ella a una ventana tímidamente la vez primera que se tomaron de la mano, el primer baile a escondidas en la fiesta del pueblo, el primer sobresalto con sus manos tomadas al ser vistos por el cura, su primera hoja de papel al tratar de escribir la primera línea para ella, su primer bocado compartido sobre el mismo plato, el primer beso tierno del que ambos tuvieron miedo, el primer gesto de desaprobación por un error cometido,  su primera mirada triste al no tener alegría para ella, una gota de lluvia tomada de su pelo por él, una lágrima de él sorbida por ella en un momento de pesar, un rizo del pelo de ella cortado por él cuando se vieron obligados a venderlo para comer, una gota de sangre derramada por ella al cortarse en la cocina cuando preparaban el almuerzo, el primer ruido al romper el silencio que ella guardaba, el primer sabor a miel que él probó de sus senos turgentes y prietos.

Y así los vi, Miguel y Ana, sin apellidos, su vida llevar, gozosos, plenos, felices, tristes, llenos, transcurrir el tiempo, hasta su consagración como mujer y hombre, dejando al mundo su primer fruto del amor, su primer eslabón de vida sobre la faz de la tierra, un hijo producto de ese tierno y casi mágico amor, por eso mientras existan una Ana y un Miguel, siempre habrá en el alma de alguien, un altar pleno de amor.

 

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Carlos Dos Santos Daniel