Este agotamiento me supera.
La cuesta engendra más cuestas.
Soy tan débil.
Te siento alejada cada día, inalcansablemente serena y callada,
como una pluma perdida en el cabecero de una nube.
El crepúsculo analfabeto que corona las faldas del cielo
tiñe con el color de la guerra la ciudad.
Me tiñe a mí y me envuelve con sus excusas.
Me siento cansado, porque te siento lejos y llevo tanto a cuestas.
Estoy como concurrido de chatarra,
como cargado con los abalorios de un muerto del que no me quiero alejar.
Me pesa tanto mi silencio y tu ceguera,
mi ondeo y tu parpadeo impenetrable,
mis manos vacías y tu alma llena.
Me sigo ciñendo a estos poemas de amores fúnebres
y bengalas de otoño,
como la carne se ciñe a los cuchillos,
para sangrar más y seguir llorando por mis palabras muertas.
Me desangro, cansado.
Y tú, inocente enfermedad, la más inocente asesina,
continuas sembrando el agua y el verano por las hojas secas de este mundo,
creas mares
y me coronas con una sonrisa, lejana.
Ya no quiero más joyas, no más agua, no.
Solo quiero descansar con los ojos cerrados y con las manos sobre mi pecho,
como una piedra sujetando las hojas de un libro, encarándose al viento.
Quiero encarar tu génesis de bondad alejada.