Tú, que guías al viajero,
pones fin
al sufrir del jornalero,
haces que los ojos
de los soñadores
se ganen el sustento
contándote cuentos,
y mentiras también.
Tú, que ayudas
al lisonjero,
al anciano
y al perdido,
a predecir
lo que aún
no ocurre,
lo que desearía
cambiar.
Tú, que escuchas
mis plegarias
mis deseos
y mis lamentos,
Tú, que me obligas
a contemplar
el firmamento
y a ceder
ante los afanes
de los desesperados,
tal cual yo
estoy iracundo,
que de entre el
tedio vano del mundo
no logres
distinguir la luz en mí.