Si algo alegra mi vista
es mirar la destreza
que tiene el malabarista
cuando juega con su piezas.
Parece un acto mágico
imposible de creer
unos objetos fantásticos
que se niegan a caer.
Cuando por casualidad
encuentro un malabarista
lo miro hasta la saciedad
y sin perderle la pista.
Dios bendiga sus manos,
Dios bendiga su vista,
pues por ellas disfrutamos
el arte del Malabarista.
Alejandro J. Díaz Valero