Marcos E. Soria

Carta de un Amante Desesperado

Tú, la que da su amor sin medir, la dueña de un solo hombre… mujer que hace temblar el suelo en su andar presuroso a su encuentro, que casual acompaña su sombra en secreto. Mujer que derrocha pasión en cada instante, en cada beso y,  aunque estés lejos te siento mía.  Tú, la que desatas infiernos con esa mira con cada suspiro, que abres nuevos cielos con cada beso; y no es que me haya acostumbrado a tus carias, pero aun siento tus manos en mi cuerpo. Tú, la que aventurada se lanza en cada rincón de mi alma con sus versos prófugos de un sentimientos, que no levanta sospechas, que no atrae miradas. Mujer que galopa en el desierto de mi cuarto, que traduce su nombre en cada suspiro, que me vuelve hombre cuando la tengo en mi cama; es que entras y sales de mi vida sin prisa, que ya te siento mi amada!... Tú, mujer que bebes del labio ajeno, a lo ajeno que no es mío, pues tú ya tienes a un hombre que te ama, que no sabe de nuestro secreto y amor prohibido. Tú, la escondes mi nombre en un sendero, la que enciende la llama; a la que no le importar quemarse en los fuegos que desata; pues yo, que como un manantial de agua dulce refresco tu cuerpo al desnudo maravilloso de tu persona. Tú, la que me da vida en la noches, la que me quita la vida en su partida; me gustaría que te quedaras, pero si llegas tarde, él sospecharía que tienes otro hombre, pero recuerda amada mía, que cuando él te hace el amor, yo sé bien que finges que te gusta, que ambos sabemos que piensas en mi, y confundes su rostro con el mío. No te atormentes más con este juego insulso y sin sentido, de saber que me amas, que te amo, y aunque el destino no lo quiera tu eres mía, aunque él ante sus amigos te nombre suya, y tu bien sabes, que no todas las palabras son ciertas, que su significado no es el mismo, porque soy yo el que pronuncia en tus pensamientos de cada recorrido, que cuando vienes a nuestro encuentro te olvidas de todo para no sentir culpa, que este amor prohibido te provoca; que son mis manos las que te acarician en cada recorrido y no el viento que sopla, que sopla y tu vas más de prisa. Quiero que sepas mujer, y que no te queden dudas, que como el destino nombra a este amor prohibido, que de prohibido no tiene nada; porque en este mundo nacimos para ser libres, aunque la libertad nos cueste la vida, y la verdad eso no importa mientras te sienta mía; estas son mis últimas palabras, pues tu mejor que nadie entenderás, y lo confirmo, que al caer la noche cuando duerman tus niños, a nuestro encuentro vendrás.