Ataviado con las cruces marchitas de cada sombra de la calle.
Me rodea ahora la furia de todos los gatos que olvidaron el sigilo.
Me estoy ahogando de tanto aire.
Ahora sé a que sabe la amargura,
sabe a sol decaído y a cadenas golpeando el suelo.
Puedo oler esta desgracia,
huele a cenizas de mil muertos y a ceños indeseados.
Mis ojos saborean la amargura
en forma de espadas oxidadas y llanto infantil.
Sé a ciencia cierta y de primera mano, y de segunda, y de tercera,
y de todas las manos, cómo grita la amargura.
“Despierta, hombre” “Despierta, ya lo sabías”, me repite.
¡Oh, cadenas golpeando el suelo!,
¡malditas cenizas, malditas espadas!.
Frente a mí tu gentileza y tu beso, en otra boca,
una menos amarga.